martes, 14 de abril de 2009

¿Dueña de Casa?

El otro día mi vecina Marcela me comentó lo mucho que trabajaba como ingeniero. No ahorró adjetivos para describirme sus éxitos, lo mucho que tenía que viajar a congresos y bla, bla,bla. Yo le miré sus sandalias de 12 centímetros desde mi modesto pantalón de algodón e intenté una débil defensa de mi condición: pues, que puedo darme el lujo de cuidar personalmente a mis hijos, sin dejar esa tarea a una “nana”.

Por mi barrio, de clase media acomodada, son las nanas, mujeres dedicadas a las tareas del hogar quienes se encargan de los niños mientras las “jefas” trabajan, estudian, salen de compras y van al gimnasio.

Mi caso es un tanto distinto. Tengo tres hijos, estudios de post grado y siempre he tratado de acomodar mi trabajo a las necesidades de mi familia. Así, en alguna época he trabajado como esclava en jornada completa y descansos cada 12 días; en otras lo he hecho por media jornada; en otras desde la casa, por encargo y también me he dedicado sólo a hacer las tareas del hogar y atender a mis hijos. He tratado de ajustar la intensidad laboral a la edad de los niños, considerando como una inversión el amamantamiento y el cuidado exclusivo (por esta vez no lloraré sobre los costos de oportunidad, es decir lo que he dejado de ganar fuera).

Por eso, cómo he estado en todas las trincheras puedo valorar cual de las modalidades me ha resultado más difícil, más simple, estresante o placentera.

Creo que tener harta ayuda doméstica y una oficina en la casa, que es lo que yo he tratado de hacer en los últimos años, es un punto medio. Que permite dosificar esfuerzos, atender bien a la familia, pero tiene el inconveniente de que cuando uno está más inspirado llega el jardinero, se asoma el cartero a cobrar deudas o, peor aún, la guagua tiene un berrinche en medio de una conversación telefónica importante.

Sumando y restando, aún cuando los jefes y el trabajo externo son pesados, opera como un bálsamo la posibilidad de salir arreglada, maquillada, tomar café o almorzar con los compañeros de trabajo y sobre todo recibir un pago…

En la otra vereda, siento que lo peor es tener niños chicos y quedarse en la casa, trabajando como esclava y enfrentada a diálogos filosóficos con la empleada sobre la mala disposición de la basura , el color de la caca de la guagua y extrañando a muerte el café de máquina que amenizaba la oficina, los almuerzos con los compañeros de trabajo y hasta las idas al baño. Y lo peor es que es un trabajo por el cual nadie da un peso...

En síntesis: que crezcan rápido los niños para volver a trabajar remuneradamente...

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