El otro día mi vecina Marcela me comentó lo mucho que trabajaba como ingeniero. No ahorró adjetivos para describirme sus éxitos, lo mucho que tenía que viajar a congresos y bla, bla,bla. Yo le miré sus sandalias de 12 centímetros desde mi modesto pantalón de algodón e intenté una débil defensa de mi condición: pues, que puedo darme el lujo de cuidar personalmente a mis hijos, sin dejar esa tarea a una “nana”.
Por mi barrio, de clase media acomodada, son las nanas, mujeres dedicadas a las tareas del hogar quienes se encargan de los niños mientras las “jefas” trabajan, estudian, salen de compras y van al gimnasio.
Mi caso es un tanto distinto. Tengo tres hijos, estudios de post grado y siempre he tratado de acomodar mi trabajo a las necesidades de mi familia. Así, en alguna época he trabajado como esclava en jornada completa y descansos cada 12 días; en otras lo he hecho por media jornada; en otras desde la casa, por encargo y también me he dedicado sólo a hacer las tareas del hogar y atender a mis hijos.
Por eso, cómo he estado en todas las trincheras puedo valorar cual de las modalidades me ha resultado más difícil, más simple, estresante o placentera.
Creo que tener harta ayuda doméstica y una oficina en la casa, que es lo que yo he tratado de hacer en los últimos años, es un punto medio. Que permite dosificar esfuerzos, atender bien a la familia, pero tiene el inconveniente de que cuando uno está más inspirado llega el jardinero, se asoma el cartero a cobrar deudas o, peor aún, la guagua tiene un berrinche en medio de una conversación telefónica importante.
Sumando y restando, aún cuando los jefes y el trabajo externo son pesados, opera como un bálsamo la posibilidad de salir arreglada, maquillada, tomar café o almorzar con los compañeros de trabajo y sobre todo recibir un pago…
En la otra vereda, siento que lo peor es tener niños chicos y quedarse en la casa, trabajando como esclava y enfrentada a diálogos filosóficos con la empleada sobre la mala disposición de la basura , el color de la caca de la guagua y extrañando a muerte el café de máquina que amenizaba la oficina, los almuerzos con los compañeros de trabajo y hasta las idas al baño. Y lo peor es que es un trabajo por el cual nadie da un peso...
En síntesis: que crezcan rápido los niños para volver a trabajar remuneradamente...