Realmente herví de rabia cuando en uno de los almuerzos sabatinos con mis compañeros del magister, los patudos machistas comenzaron a… pelar a las mujeres. Que las jóvenes, que las menores de treinta, que las de cuarentas eran todas unas viejas. Que había que cambiarlas por dos de veinte…
Con Tamara esbozamos unas risitas nerviosas primero, jiji - que no nos vayan a meter a nosotras en el saco, pensamos-, pero ligerito prendimos y decidimos salir al ataque. Nuestro contundente argumento fue que el hombre sufre notoriamente el paso de los años y para ese “impedimento” lo único que sirve es el dinero.
“¿Alguien conoce a algún hombre mayor y pobre que ande con una regia estupenda?”, les preguntamos. Por supuesto que no, porque en nuestro continente machista usualmente se da la vinculación entre una mujer pobre, generalmente con menor educación y un hombre mayor, pero (he ahí el detalle) con una billetera interesante. O sea si no tienen dinero, no tienen nada y menos a las diosas que ellos creen conseguir per se.
Por ejemplo, tengo un conocido de cerca de 60 años, Luis, que está casado por segunda vez con una lola de 28, a quien conoció a los 22 años, Claro que él es un médico de prestigio, con sólida situación económica, hijos ya profesionales y ella recién está iniciando una carrera en una universidad de segundo nivel que, por supuesto él paga. Y él más encima se cree la muerte y jura que es por su propio mérito…
Nosotras las mayores nos reímos de su ilusión y pensamos que si fuera realmente tan seguro de si mismo se buscaría una mujer de su nivel y condición. Que al menos probara que puede valerse por si misma.
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