miércoles, 6 de mayo de 2009

Reinventarse

A la salida de la reunión semanal de la empresa donde trabajo part time, Paola me invitó a tomar un café cortado. Aprovechamos de conversar de las nuevas exigencias formales del trabajo, de la crisis y de las ganas que tenía de reinventarse, a los 38 años. Claro, con el miedo a la cesantía, a que con el sueldo de una profesional senior contratan dos o más jóvenes sin experiencia, lo único que va quedando es reinventarse periódicamente. Es decir mutar, explorar, lo que en estricto rigor equivale a capacitarse, a seguir estudiando de lo mismo y mejor o sencillamente cambiar de rumbo. O sea, si durante 20 años fuiste secretaria, a lo mejor con unas lucas y mucho esfuerzo sacar una carrera. Así lo hizo Mónica, una conocida a quien conocí como secretaria, pero que ahora cerca de los 50 es la jefa administrativa del servicio porque sacó una ingeniería en ejecución vespertina (y se la pagó la empresa). Tengo también amigas periodistas que se convirtieron en abogadas o ingenieros comerciales, a profesoras que mutaron a sicólogas; parvularias que ahora son entrenadoras de yoga; vendedoras que con un Master son ahoras gerentes de Producto, etc, etc. Y muchas veces a costo económico cero, porque cada vez son más las empresas que dan a sus funcionarios la opción de capacitarse. Claro, que "hay que poner en remojo las neuronas", lo que implica estudiar en cada rato libre, ir a clases los fines de semana, hacer trabajos en vacaciones, etc, pero es un sacrificio que lejos vale la pena. Porque estudiar revitaliza y además, rejuvenece.

martes, 5 de mayo de 2009

¡Bingo!...Un bebé a los 40

Tuve mi tercer hijo a los 42 años... Cuando llevaba ¡al fin! una vida lejos de mudas, pañales, noches en vela, dramas porque había faltado la empleada y todo lo que conlleva la crianza de un bebé. El caso es que pese a que las probabilidades de embarazo eran apenas sobre cero, quedé en estado. Y con un embarazo de alto riesgo, que los doctores y todo el mundo se encargaron de hacerme sentir bien a menudo. Así, a la angustia y preocupación de tener un hijo se se sumó la probabilidad de que naciera con problemas debido a mi edad ( afortunadamente para mi salud mental nadie consideró la del padre, más viejo aún). Pasé semanas terribles donde las estadísticas de Sindrome de Down taladraban mi cabeza y finalmente me hice una ecografía que mediante el análisis del fémur y otros huesos alejaron un tanto la probabilidad de tener un bebé con alteraciones cromosómicas. Recuerdo que salí de la consulta con un poco más de optimismo, pero también pensé ¿si tengo un hijo con limitaciones lo voy a devolver? Obvio que no, así que decidí olvidarme un resto de médicos y exámenes y ser optimista. Me dediqué a comer sano, a nadar, hacer ejercicio y a descansar.
Al final, el embarazo de vieja fue lejos el mejor de los tres y el que menos impacto provocó en mi cuerpo. ¿Yel niño? Nació perfecto y en una casa armada, llena de afecto para recibirlo